REFLEXIÓN DEL PASTOR ACERCA DE LA ORACIÓN
Por Denis Aguilar Urbina
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TEXTO
Velad y orad para que no
entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil
(Mateo 26:41)
Se cuenta de un pastor acompañado de su esposa recién
casado que, al llegar al pueblo, donde inició su primera y única labor
pastoral, lo recibió un diacono; quien en su coche le mostró el lugar y después
le presentó la iglesia hasta llegar a la casa pastoral. Durante el recorrido, prácticamente de
madrugada, surgió una conversación interesante:
- Esta iglesia, dijo el diacono con mucho énfasis,
tiene una larga historia. Por esta iglesia han pasado buenos pastores, pero
también, hemos tenido algunos pastores deficientes.
Cuando el diacono hizo esa afirmación, el joven
ministro aprovecho y le pregunto:
- ¿Qué esperan ustedes de un pastor? Temiendo que su
respuesta incluyera un currículum de títulos, méritos académicos y
experiencias. Su respuesta fue breve y contundente.
- “Que madrugue, que no duerma hasta tarde”
- ¿Y cómo van a saber ustedes si su pastor madruga o
no?
Entonces el diacono señaló a la chimenea de una de la
casa y le preguntó:
- ¿Ve esa chimenea? Aunque todavía es muy temprano,
allí hay humo, eso significa que en la casa ya están levantados ¿Ve esa otra
casa? Ya se levantaron para encender el fogón, dijo señalando a otra dirección,
aquella es la casa pastoral; no hay humo en la chimenea.
El diacono reflejo su sentimiento, en cuanto a lo que
espera de un ministro, como un llamado de atención a la joven pareja, que
apenas iban a tener su primera experiencia pastoral.
- Yo paso por aquí cada mañana, temprano, camino de mi
trabajo, y cuando lo hago, quiero ver humo en la chimenea de mi pastor. Eso me
indica que esta levantado, orando por todos y preparando nuestro alimento
espiritual. Eso es lo que esperamos de nuestro pastor; que madrugue para buscar
la presencia de Dios.
El joven pastor, aplicando a su vida la moraleja del
llamado de atención, que surgió en la conversación que tuvo con el diacono,
cuenta su experiencia al respecto.
- Me levantaba temprano y lo
primero que hacía era encender la chimenea. Luego doblaba mis rodillas en
oración, adoraba a Dios e intercedía por los miembros. A menudo, aun sobre mis
rodillas, leía su Palabra. De ese modo, me sentía fresco y renovado. De esa
forma Dios me mostraba el mensaje que iba a compartir.
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Pero eso ocurrió mientras le busqué. El ministerio fue
creciendo y también mi influencia, que ya no se limitaba a la iglesia. Cada vez
eran más las obligaciones que me absorbían y reclamaban mi tiempo. Antes de que pudiera darme cuenta seguía
madrugando para encender la chimenea, pero a continuación no acudía a mis
rodillas.
No me arrodillaba, ni tampoco leía mi biblia. Lo que
abría era mi agenda en las que se acumulaban compromisos y obligaciones. El primer cometido de la mañana dejó de ser
la selección de pasajes sagrados en lo que deleitarme para dedicar ese tiempo a
la selección de temas urgentes a los que dedicar la jornada.
Cometí el error de muchos pastores: confundir lo
urgente con lo importante. La agenda fue tomando el lugar de la biblia. Llegué a convertirme en un ejecutivo de
agenda abierta y Biblia cerrada. Mi influencia crecía, pero mi vida espiritual
se encogía. Había humo en mi chimenea, pero no había humo en mi corazón.
Tener que decir algo no es lo mismo que tener algo que
decir. Hay una enorme diferencia entre lo uno y lo otro.
Los pájaros pian; las ranas croan; los perros ladran;
los humanos hablan y los que están en comunión con Dios lo hacen expresando
verdades eternas. Mis mensajes contenían sabiduría humana, pero carecían de la
frescura divina. No tenía influencia espiritual. Exhibía conocimiento teórico
de Cristo, pero Jesús y su Cruz estaban ausentes.
Fue duro para mí y también para la congregación que
pastoreaba. Mis palabras ya no acercaban las brisas del cielo, sino que tenían
tal sabor a tierra que raspaban el corazón.
Un día no lo soporte más. Me sentía tan vacío, que
decidí buscar un lugar para estar a sola con Dios. Dejé en casa la agenda y
todas las preocupaciones y obligaciones que ocupaban mi mente. Solo lleve mi
Biblia y la profunda insatisfacción que sentía. Allí recostado a un árbol, hablé
con Dios y le abrí mi corazón. Le rogué que volviera a prender en mí la llama
de su presencia. No quería secarme y convertir la iglesia en un desierto.
Como siempre, Dios fue fiel y me renovó. Surgió el
anhelo de buscarle y sentí renacer un voraz apetito por su Palabra. A la mañana siguiente volví a encender la
chimenea y sobre mis rodillas percibí que mi corazón ardía. No solo había humo
en la chimenea, también mi interior estaba en llama. Nunca más mi Biblia fue tapada
por la agenda. Nunca más la planificación tomó en lugar de la adoración.
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